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Saltillo, a 30 años de la pesadilla del ‘Gilberto’

  • Zócalo Saltillo
  • 17 sept 2018
  • 4 Min. de lectura

Por Rosalío González

La realidad fue muy dura de asimilar...

Saltillo, Coahuila.- Pareciera que septiembre siempre se ha distinguido por ser un mes que marca la vida de los mexicanos, pues hace 208 años comenzó la sangrienta guerra de Independencia, se han registrado terremotos mortales y hoy, hace 30 años, el huracán “Gilberto”, el más poderoso del siglo 20, golpeó al norte de la República de manera brutal, y Saltillo no salió bien librado. Fue el viernes 16 de septiembre de 1988 cuando una llovizna progresiva que comenzó con unas cuantas gotas, se transformó en una tragedia que dispersó a los saltillenses que celebraban el 178 aniversario del inicio de la Guerra de Independencia. Los reportes periodísticos de la época narran que la lluvia comenzó justo cuando se llevaba a cabo el tradicional desfile cívico militar encabezado en ese entonces por el gobernador Eliseo Mendoza Berrueto, quien vio marcada su Administración por el fenómeno que sucedería horas después en la capital del estado. EN EL CAMINO DEL MONSTRUO El huracán “Gilberto” se formó ocho días antes en las costas de Venezuela e inició una trayectoria mortal hacia el norte, golpeando a las islas del Caribe y a países de Centroamérica. El 14 de septiembre tocó tierra en México, en la enigmática isla de Cozumel, donde arrasó con casas, hoteles, vías de comunicación y playas. Luego golpeó Playa del Carmen y así se fue por toda la península de Yucatán, sosteniendo su categoría 5 en la escala de Saffir-Simpson. Entrando al Golfo de México, el fenómeno natural recuperó fuerza y tomó ruta hacia el noreste del país, donde se decía que podría afectar las costas de Tamaulipas, pero no a Monterrey y mucho menos a Saltillo. En 1988 todavía existía la “leyenda” de que las enormes montañas que rodean a las capitales de Nuevo León y Coahuila evitarían la llegada de cualquier huracán, lo que por desgracia unas horas después resultaría ser sólo eso, una leyenda. El 16 de septiembre “Gilberto” provocó las primeras lluvias torrenciales, primero en Monterrey y después en Saltillo, ciudad sobre la que se posó el día 17 a las 16:00 horas, según registraron los informes periodísticos. El “asesino” generó vientos de 167 kilómetros por hora y rachas de 194 que arrasaron, junto con el agua, todo a su paso. GOLPE NEFASTO La primera en recibir el impacto en Coahuila fue la sierra de Arteaga, donde se encuentran incrustados los ejidos dedicados principalmente al cultivo de manzana, nuez y papa. El ojo del huracán medía 37 kilómetros de ancho, tres veces la distancia entre el Centro de Saltillo y el de Ramos Arizpe. Huir del “Gilberto” era imposible y no había manera de enfrentarlo. En 1988 Saltillo no contaba con los cuerpos de auxilio, rescate y protección civil lo suficientemente equipados como para responder a la amenaza que significó el huracán, que se encontraría con una ciudad indefensa e inexperta en la respuesta a fenómenos meteorológicos de esta magnitud. La gran cantidad de agua que cayó sobre la sierra comenzó a desbordarse entre los cañones y montañas. El cañón de San Lorenzo era una cascada desde donde caían miles de litros de agua por hora. Los arroyos de la ciudad se cargaron de líquido y arrastraron en su cauce todo lo que había a su paso: personas, animales, casas, vehículos, postes, desprendiendo incluso las mismas calles y carreteras. La primera vía en ser declarada por el gobierno de Eliseo Mendoza como instransitable fue la carretera 57, en su tramo Los Chorros, debido a que ahí el agua corría como río, llevándose a los vehículos que se atrevían a circular por ahí. Después, la Administración de la ciudad, encabezada por el priista Eleazar Galindo Vara, tuvo que cerrar la salida hacia Monterrey, luego la carretera a Zacatecas y finalmente a Torreón y Monclova, dejando a Saltillo completamente incomunicado por tierra. El caos imperaba en la ciudad porque debido a las compras de pánico, los víveres y el agua embotellada comenzaron a escasear en las tiendas. Los saltillenses no encontraban lo suficiente para alimentarse y los llamados a la tranquilidad por parte del Gobierno no funcionaron. Catorce de los 26 pozos del sistema de aguas de Saltillo colapsaron y cortaron el agua potable a 350 mil personas. Mientras el cielo se caía a pedazos, los saltillenses vieron cómo las alcantarillas y drenaje reventaron ante las circunstancias. Los efectos del huracán se sintieron durante tres días que se convirtieron en un infierno de agua y aire para los saltillenses y el mismo gobierno, que se encontró rebasado por la catástrofe. Aunque la ciudad sufrió la furia del fenómeno meteorológico, fueron poblaciones rurales las que recibieron el mayor impacto: Huachichil, San Rafael, Los Lirios, Paso del Águila y Paredón. Los daños en la infraestructura y en los cientos de casas que se inundaron o cayeron por el “Gilberto” se presupuestaron en 6 mil millones de pesos, la mayor afectación económica que haya tenido Saltillo nunca antes en su historia. Aunque lo más lamentable fueron las pérdidas humanas de un rescatista y una mujer embarazada en la carretera Los Chorros, mientras él le brindaba auxilio, antes de que la carretera se deslavara por la lluvia. Los cuerpos de las cinco personas fallecidas durante el paso del “Gilberto” fueron encontrados a kilómetros de distancia de donde fueron arrastrados por la corrientes provocadas por el huracán. Además de la embarazada, Josefina Rayas, también murieron Facundo Cabriales Torres y Arturo Cárdenas Rodríguez, quienes fueron encontrados en arroyos de la ciudad, además de una persona más que fue reportada como de-saparecida y cuyo cuerpo jamás se encontró. Hoy, la capital del estado mira hacia el pasado y contempla la desgracia que marcó ese y todos los septiembre posteriores, pero que fortaleció el espíritu de los saltillenses y su ánimo para reponerse de la calamidad. TRAGEDIA Uno de los episodios más oscuros de la tragedia fue el caso de una ambulancia de la Cruz Roja cuyos paramédicos ofrecían apoyo en la carretera 57, a la altura de Los Chorros, cuando una corriente de agua arrastró la unidad varios kilómetros, matando a los rescatistas. URGENCIA NACIONAL La emergencia mereció la visita presidencial de Carlos Salinas de Gortari, quien ordenó el apoyo inmediato a la ciudad, que parecía destrozada, pero que pese al desorden y los daños estos no se compararon con los que sufrió Monterrey.

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